Aspectos decisivos del adulterio

En la semana que nos dedicamos al perdón debemos abordar el tema de la infidelidad o adulterio. Muy doloroso por cierto, pero lamentablemente frecuente.

Luego de una traición, el cónyuge víctima se encuentra en la disyuntiva de si vale la pena seguir la relación. Se debate entre seguir el ejemplo de Jesús y perdonar o, ceder ante las amargas emociones que embargan su alma. Y para colmo de males, este torbellino de pensamientos y emociones regresa una y otra vez haciendo que la mente y el corazón se nublen con la angustia.

Veamos algunos aspectos cruciales:

  • Sin Dios presente en la relación y llevando a la pareja a una transformación es muy difícil, casi imposible, superar verdaderamente el adulterio. Cuando decimos ‘superar verdaderamente’ nos referimos a reiniciar una relación sin cuentas pendientes, porque muchos matrimonios siguen juntos luego de una infidelidad pero lo hacen para cobrarle al otro su traición o porque temen quedarse solos/as. Permanecen unidos para criar juntos a los hijos o porque tienen intereses económicos que se verían menoscabados en caso de ruptura. La característica es que, de tiempo en tiempo, reflotan las antiguas heridas ocasionando nuevos dolores y más decepciones. Los enojos aumentan y los cónyuges se alejan emocionalmente hasta ser transformados por el enojo y el desprecio hacia el otro.
  • Sin confesión no hay restitución. Este elemento es crucial. Subestimar el valor de la confesión es minimizar la gravedad de la situación. La confesión incomoda. Siempre es más fácil permanecer en el engaño que pasar del engaño a la verdad. El ambiente podría tornarse tenso, el silencio agobiante y el sentido de la pérdida penetrantemente agudo. Pero nada se compara a la libertad que se experimenta cuando la verdad sale a la luz y la misericordia de Dios llega al matrimonio. No coincidimos con aquellos terapeutas que, ante un acto de infidelidad, piensan que lo mejor es callar. Con una conducta sexual impropia se ha violado un pacto, se ha traicionado la confianza y se ha mentido descaradamente. Se ha deshonrado a Dios y la puerta abierta por el pecado permanece de ese modo para arruinar toda bendición del Señor y aniquilar cualquier intento de progreso, ya sea en el vínculo, la familia, los negocios o lo que fuere. No puede haber restitución ni perdón si primero no hay confesión. La pareja afectada debe saberlo y decidir qué hacer con la relación. Edificar un matrimonio sobre una base de mentiras es un fraude y resulta la antesala del desastre. Lo que hace mal es la infidelidad y no el saber acerca de ella.
  • El camino más seguro a la restauración pasa por la estación de la confesión. Debemos ser extremadamente claros en este sentido. Nada de echar culpas a otros para atemperar la propia o presentar excusas para minimizar la responsabilidad de los hechos. Negar la responsabilidad propia por el adulterio prolonga el dolor y disminuye drásticamente la posibilidad de restauración del vínculo. Solo la verdad puede limpiar la profunda herida infestada que ha provocado el adulterio. Esto implica contar lo ocurrido, pero sin entrar en detalles que hagan difícil el proceso de restauración.
  • Excusarse agrava las consecuencias. Algunos infieles inculpan del adulterio a sus propios cónyuges. “Eras un témpano en la cama”; “tu frialdad me obligó a buscar a otra/o”; “esta casa es un infierno, yo necesito un poco de paz”. El razonamiento con este tipo de expresiones es: “te lo merecías”, “no me hagas responsable, yo soy víctima de tu desamor, maltrato o indiferencia”. ¿Existen esperanzas de restauración en estos casos? Casi imposible. Un infiel que se expresa de este modo manifiesta falta de arrepentimiento y probablemente siga adelante con esa doble vida. Cuando en lugar de arrepentimiento encontramos justificaciones, menguan drásticamente las esperanzas de restauración.
  • Olvidar los votos acarreará más dolor del que puedas imaginar. “En la bonanza y en la adversidad, en la riqueza y en la pobreza, en salud o enfermedad, hasta que la muerte nos separe…”. Esas palabras deberían significar algo y no amoldarnos a una cultura que es rápida para romper sus votos. Lo más triste de este espectro actual es que los cristianos no disciernen el valor del pacto matrimonial ante los ojos de Dios e incurren con liviandad en este pecado, sin conocer los perjuicios que ocasionan sobre el futuro no solo personal y conyugal sino sobre los propios hijos. Nadie asume que un momento de placer prohibido le robará bendiciones a sus hijos, pero eso es exactamente lo que ocurre.
  • Es necesario tratar con la raíz del problema. El problema del adulterio es el corazón torcido. Y en esto todo nos hermanamos, por eso debemos poner vigía a nuestra mente y a nuestro voluble mundo emocional. La infidelidad ingresa a la vida de formas muy sutiles. No empieza en la puerta del dormitorio, sino en las ventanas de tu mente. Una mirada aquí, un poco de lujuria allí, quizá un mordisco de pornografía y una dosis de flirteo con personas disponibles y estarás bien encaminado al pecado, aun antes de que tomes conciencia de ello y hayas arruinado tu matrimonio y el futuro de toda tu familia1.

¿Existe alguna forma de disminuir el riesgo de infidelidad?

La respuesta es un rotundo sí. Aunque estamos a favor de la restauración del matrimonio luego de un adulterio, debemos reconocer que el proceso es tan arduo y difícil que muchos sucumben en el reto de restablecer la relación. ¿No sería mejor mantener la fidelidad, el tierno amor y el respeto mutuo? ¿No sería más beneficioso cuidar el cerco protector de Dios, en vez de abrir una enorme puerta a la maldición familiar?

Unir lo que se rompió en mil pedazos, buscar cada parte para comenzar otra vez es una tarea muy pesada. Por ello no tomes livianamente el adulterio, no asumas que tu pareja te perdonará o no se enterará. Y que, si ocurriera una infidelidad, podrían superarlo sin mayores perjuicios. Creer que el adulterio no tiene demasiada trascendencia no hace más que reflejar la profunda ignorancia del dolor que causa y de sus terribles consecuencias.

Nuestra experiencia como pastores es que, cuando los miembros de la pareja son emocionalmente maduros y amigos entre ellos, cuando la honestidad está presente y los canales de comunicación permanecen abiertos, la probabilidad de infidelidad disminuye sustancialmente. Por ello, practica la amistad con tu cónyuge y cultívala en la presencia del Señor. Muchos creen que la amistad entre los esposos solo es posible a niveles superficiales. Sostienen que confiar en la pareja es entregarle al cónyuge secretos que pueden ser usados en su contra. En realidad ocurre lo contrario. La amistad opera como una especie de cemento que fusiona poderosamente dos almas y vigoriza el vínculo. La única forma que conocemos y recomendamos para crecer realmente en amistad y unidad sincera es orando juntos, todos los días. No oraciones insípidas, sino creando un altar de adoración en el que puedan contarle al Señor sus dudas, frustraciones, preguntar por guía, compartir los problemas y esperar la ayuda sobrenatural, como respuesta a ese clamor del corazón.

La amistad no surge, se construye. El altar de adoración no florece sin cuidados diarios. Tanto la amistad con el cónyuge como el adorar juntos al Señor se elige y se sazona con nuevas decisiones cada día, todos los días. “Dios nos ha dado la capacidad de experimentar conjuntamente las alegrías y tristezas de la vida, de animarnos unos a otros, de celebrarnos unos a otros, de servirnos unos a otros: de ‘hacer vida’ juntos. La amistad es un tesoro…”, Lee Strobel. La amistad requiere crecer en confidencia, pero ser amigos no implica sentarse y confesar todos los secretos sin ton ni son. Una actitud de este tipo resultaría suicida. Cuando decidimos ser amigos, elegimos crecer en intimidad. Solo cuando la relación ha madurado y nos sintamos seguros hablaremos con libertad, sin temor a ser ridiculizados o juzgados y podremos ser auténticos. Eso requiere tiempo, mucho tiempo y madurez.

Cuando nos pusimos de novios decidimos algo muy romántico: seríamos para el otro el mejor amigo. Durante el tiempo de noviazgo fijamos una pauta: aquello que contáramos como amigos no podíamos usarlo en una discusión, ni sacarlo a relucir en momentos de enojo. Los amigos no se traicionan. Más allá de nuestras diferencias, decidimos que cuidaríamos nuestra amistad y la haríamos crecer. Las confesiones que como amigos nos hiciéramos, serían nuestro tesoro y cuidaríamos con toda vehemencia cada palabra dicha. Ese fue un voto de amistad que nos hicimos mutuamente. Después de treinta y tantos años de casados creemos que fue un regalo de Dios. A menudo tomamos tiempo para charlar de verdad. ¿Qué significa? Hablar y escuchar, preguntar y esperar; sin agenda, sin interrupciones, con una actitud abierta, solo para compartir. Esperamos que nuestro testimonio infunda ánimo a tu vida. Muchas veces le hemos pedido al Señor que los matrimonios descubran la dicha de vivir en Su Presencia. No hay méritos en nosotros, pero sí en Él que nos ha guiado. El Señor quiere lo mismo para tu vida, matrimonio y familia. No hablamos desde la teoría sino desde la experiencia de más de 30 años de casados, felizmente casados.

La amistad en el Señor une más que cualquier relación sexual, más que una o cien lunas de miel, y más que los momentos importantes que se puedan compartir. La verdadera amistad con la pareja intensifica todo lo bueno y colma de significado las experiencias cotidianas; no existen sentimientos de abandono o soledad porque siempre contamos con un amigo a quien recurrir. Alguien dijo: “Un verdadero amigo es quien te toma de la mano, mientras te toca el corazón”. Invierte tiempo en tu relación matrimonial. Ora con tu cónyuge. Construye confianza. Intenta charlar acerca de temas importantes. No se trata de hacer confesiones sino abrir puentes de comunicación. Si aprenden a disfrutar de los tiempos compartidos, entonces, experimentarán un oasis de paz en cualquier momento del día y en cualquier lugar de la ciudad o el campo. Cada vez que hablen sentirán alegría y paz. Charlar de corazón a corazón es desconectarse del trabajo, las preocupaciones y las amistades absorbentes, es reconectarse con el otro a mitad de camino, en el devenir de experiencias que constituyen la vida compartida en el vínculo del amor. ¡Disfruta de la amistad con tu cónyuge en el amor del Señor!

Preguntas incómodas:

¿La infidelidad ha tocado las puertas del hogar?
¿Cómo han lidiado con la situación?
¿Cuánto tiempo ha transcurrido desde aquellos hechos?
¿Qué heridas permanecen abiertas?
¿Qué los motivó a seguir con la relación?
¿Cómo pueden definir la relación actualmente? ¿Es satisfactoria o andan a los tumbos?
¿En qué áreas observan consecuencias por aquellos fatídicos sucesos?

1. SWIHART, P y WOOTEN, W. Los primeros cinco años de matrimonio. Enfoque a la familia. EEUU. 2008

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