El matrimonio feliz da trabajo
La ley del perdón: ¡sin perdón el matrimonio muere!
“Si se enojan… no cometan el pecado de dar lugar al resentimiento. Jamás se ponga el sol sobre vuestro enojo”, Efesios 4:26 (NT-BAD).
Los buenos matrimonios no son un golpe de suerte ni obra de la casualidad. Y ‘vivieron felices’ no es algo que sucede de la nada, es algo que se construye intencionalmente. Los que tienen matrimonios armónicos, felices y duraderos han trabajado duro para lograrlo. Los esposos son plenamente conscientes que la relación matrimonial es la segunda relación más importante. ¡La primera es Dios! Además entienden el valor de la santidad en la relación y se ejercitan en el perdón. Un buen matrimonio es la unión de dos buenos perdonadores. Muchas parejas viven bajo el mismo techo y duermen en la misma cama, pero son dos perfectos desconocidos. Están casados físicamente pero divorciados emocionalmente. ¿Cómo han llegado a ese punto? La respuesta es sencilla: heridas sin sanar, ofensas sin perdonar. Todas las personas cometemos errores. Las fricciones son normales en un matrimonio compuesto por dos personas imperfectas. Si nunca te has sentido defraudado por tu cónyuge es porque te casaste ayer o te casaste con un ángel. Ya sea que te sientas ofendido o que hayas causado una ofensa, el problema debe resolverse inmediatamente, de lo contrario la paz y la armonía tienen los días contados. Si la herida no se sana, el corazón se endurece y la relación se enfría. ¡Sin perdón el amor decrece y finalmente muere!
La diferencia entre un matrimonio que progresa y madura y, aquel que se estanca y atrofia, es la capacidad para resolver las pequeñas ofensas antes de que sea demasiado tarde. Donde hubo una ofensa habrá una herida. Y cuando la herida no sana por medio del perdón comienza a supurar por el enojo. El enojo, aunque sea disimulado o negado va separando los corazones. “No pequen al dejar que el enojo los controle…”, Salmo 4:4 (NTV). “¡Ya no sigas enojado! ¡Deja a un lado tu ira! No pierdas los estribos… eso solo trae daño”, Salmo 37:8 (NTV). Sea cual sea la severidad de la ofensa, si se trata de manera rápida tendrá consecuencias mínimas para la relación. Pero generalmente no es lo que ocurre. Con frecuencia el ofensor no es consciente del dolor que produjo o no tiene apuro por corregir la situación; por su parte el ofendido abriga la ofensa y crece en decepción. ¡Resuelvan las ofendas de inmediato! “Las personas sensatas no pierden los estribos; se ganan el respeto pasando por alto las ofensas”, Proverbios 19:11 (NTV). Independientemente de cómo proceda tu cónyuge, perdona antes de que sea demasiado tarde. ¿Recuerdas la historia familiar de David y su hijo Absalón? Absalón mató a su hermano y se exilió en la casa de su abuelo, 2º Samuel 13:37-38. Después de tres años David permitió que regresara al hogar, pero no lo perdonó totalmente: “… Absalón puede ir a su propia casa, pero jamás vendrá a mi presencia”… y Absalón… nunca pudo ver al rey”, 2º Samuel 14:24-28 (NTV). La falta de perdón produjo una herida irreparable en la relación y Absalón terminó sublevándose contra su propio padre.
Si los esposos no se ejercitan en el perdón, la relación se enfriará. ¿Por qué? Porque la falta de perdón revela la ausencia de Dios: “Si alguien… odia a un hermano…, esa persona aún vive en la oscuridad”, 1ª Juan 2:9 (NTV). ¡El que no perdona no está bien con Dios! Es imposible tener comunión con Dios mientras se guarda rencor contra alguien, Mateo 18:21-35. La falta de perdón revela cuán deteriorada está la relación de esa persona con el Señor. ¿Recuerdas la primera ley que rige el matrimonio? La ley de la prioridad: ¡Los esposos deben ser temerosos de Dios al inicio de la relación, pero deben seguir siéndolo a lo largo de sus vidas! La falta de perdón demuestra el endurecimiento del corazón y esto estropea la relación con Dios y, si no hay arrepentimiento, el matrimonio se hunde. Jesús fue muy claro en este punto: “Si perdonas a los que pecan contra ti, tu Padre… te perdonará… Pero, si te niegas a perdonar… tu Padre no perdonará tus pecados”, Mateo 6:14-15 (NTV). La evidencia más segura de que realmente una persona está en una correcta relación con Dios es su disposición a perdonar. Jesús enseñó que nuestro perdón está relacionado con el perdón que otorgamos a los demás: “Perdona nuestras deudas, así como nosotros perdonamos a nuestros deudores”, Mateo 6:12 (N-C). Dios no escuchará tu oración si tú no perdonas a tu cónyuge. Si de gracia recibiste el perdón de tus pecados, de gracia también debes darlo: “… Perdonen… y Dios los perdonará…”, Lucas 6:37 (TLA). ¡El que no perdona hace el peor negocio de su vida! Tal vez tengas toda la razón al guardar rencor porque el mal que te hicieron no merece perdón: quizás fuiste traicionado, abandonado o abusado sexualmente aún por tu propio cónyuge, pero la falta de perdón seca tu vitalidad y le da poder a quien te dañó de seguir haciéndolo. Debes soltar perdón para experimentar la libertad de Cristo. Tienes que dejar el asunto en las manos de Dios.
¿Por qué debemos perdonar? En primer término porque Dios nos perdonó: “… Si el Señor los perdonó, están ustedes en el deber de perdonar”, Colosenses 3:13 (NT-BAD). Dios absolvió todos nuestros pecados y espera que nosotros hagamos lo mismo: “Imiten a Dios… y perdónense unos a otros, tal como Dios los ha perdonado a ustedes…”, Efesios 5:1 y 4:32 (NTV). Si somos misericordiosos Dios lo será con nosotros. Pero si exigimos justicia, Dios nos medirá con la misma vara, Santiago 2:13. En segundo lugar debemos perdonar para que Dios conteste nuestras oraciones. Jesús dijo: “… Oren por cualquier cosa, y si creen, la recibirán… Pero cuando oren, perdonen a los que les hayan hecho algo, para que el Padre… les perdone a ustedes sus pecados…”, Marcos 11:24-25 (NT-BAD). ¿Lo ves? Para que Dios conteste nuestras oraciones se necesita fe, pero también un corazón perdonador. Muchas personas no quieren perdonar y guardan resentimiento en sus corazones. Es posible que sigan siendo hijos de Dios, pero la comunión con Su Padre Celestial está dañada; ha sido perjudicada. El resentimiento, la amargura y aun el odio que puede generarse con el tiempo son puertas al diablo y agujeros en tu espíritu por donde se escapan las bendiciones. Cierra esos boquetes. Es hora de cambiar el ambiente espiritual y gozar de paz en la mente y el alma.
Perdonar no significa excusar un mal comportamiento. Perdonar no significa permitir el maltrato o las agresiones. No significa que aceptes resignadamente lo que ha sucedido o está sucediendo. No significa ocultar el dolor, disimularlo o negarlo. No significa restablecer una relación tóxica o dañina. Es común que la gente crea que si la relación matrimonial continúa después de la infidelidad es porque hubo perdón. También se suele creer que si la relación termina es porque el cónyuge víctima no ha perdonado. Eso no siempre es así. Tú podrías seguir adelante con una relación sin perdonar, saturada de odio y resentimiento; o bien, podrías perdonar y decidir que la relación no es conveniente para tu integridad física, emocional, psicológica o espiritual. Entonces, ¿qué es perdonar? Es una decisión que no necesita la aprobación de tu corazón. Para perdonar no necesitas sentirlo o desearlo. La Biblia no dice: “perdona cuando lo sientas” sino que dice: “perdona”, Lucas 6:37. ¿Estás enojado con tu cónyuge? ¿Reconoces rencor, resentimiento u odio en tu corazón? Suelta esos sentimientos en la presencia del Señor. Deja de abrazar la ofensa. Rompe el registro y no guardes copia. Cualquier matrimonio puede sobrevivir las tensiones de la vida, las presiones externas y diversas dificultades, pero ninguno sobrevivirá a la muerte emocional que surge de la falta de perdón. Siempre tendrás la opción de perdonar o no hacerlo, pero no puedes detener las consecuencias de tu elección. La falta de perdón es un mal negocio: condiciona tu relación con Dios y arruina tu vida entera. ¡El precio que se paga por perdonar es siempre menor al que se paga por no perdonar!
Una historia bíblica demuestra lo malo que es abrazar la ofensa en el matrimonio. El día en que David trajo el arca a Jerusalén su esposa Mical se quedó en el palacio mirando por la ventana: “Cuando vio que el rey David saltaba y danzaba ante el Señor se llenó de desprecio hacia él… Cuando David regresó a su hogar… Mical… le dijo indignada: — ¡Qué distinguido se veía hoy el rey de Israel, exhibiéndose descaradamente delante de las sirvientas tal como lo haría cualquier persona vulgar! David le replicó a Mical: — Estaba danzando delante del SEÑOR… Y Mical… nunca tuvo hijos en toda su vida”, 2º Samuel 6:16-23 (NTV). Mical juzgó muy mal el comportamiento de su esposo. Interpretó la danza como una bajeza que acarreaba vergüenza. ¿Por qué juzgó de ese modo la adoración de su esposo? Porque Mical era una mujer resentida. En ese tiempo una mujer era valorada por su dote. Era común la puja por el valor de una mujer. Los dos grandes amores, el hombre que la cortejaba y el padre que le dio la existencia se debatían el ‘precio’. El pretendiente sugería un valor y el padre levantaba la oferta. Nadie quería perder la mujer. Sin embargo, con Mical fue diferente. Para su padre, ella valía 100 prepucios de filisteos, 1º Samuel 18:25. David pretendía la hermana de Mical, pero Saúl, a causa del celo que le tenía, le entregó no la estimada sino otra hija, o sea Mical. Mical nunca sanó su herida y evidentemente Dios no encontraba lugar en su corazón. Mical nunca pudo soltar ese dolor. La ofensa se convirtió en enojo y el enojo enfrió la relación. Evidentemente la relación de Mical con Dios estaba deteriorada, no solo por su falta de perdón sino por la actitud de desprecio hacia aquellos que danzaban delante de Dios. El origen del problema matrimonial era la relación de Mical con Dios. ¿Y qué sucede cuando los esposos descuidan el tesoro más importante? ¡El matrimonio indefectiblemente sufre!
¿Guardas enojo en tu corazón? El enojo se retroalimenta con la falta de perdón. Es decir, el enojo aumenta con el tiempo. El secreto para un matrimonio armónico está en la Biblia: “El perdón restaura la amistad, el rencor la termina”, Proverbios 17:9 (PDT). Los matrimonios excelentes no están formados por personas que nunca se hieren sino por gente que “no toma en cuenta el mal recibido”, 1ª Corintios 13:5 (NBLH). “El odio provoca peleas, pero el amor perdona todas las faltas”, Proverbios 10:12 (DHH). La falta de perdón será un lastre en tu matrimonio: “No devuelvan mal por mal ni insulto por insulto; más bien, bendigan…”, 1ª Pedro 3:9 (NVI). Perdona de la misma manera que Dios lo ha hecho contigo. Libérate de cualquier sentimiento de venganza. Libérate de la amargura. Apártate del enojo: daña las relaciones, genera estrés y enferma el cuerpo. El perdón retenido te hace enemigo de Dios y de ti mismo. ¡Tú libertad depende de tu perdón! Por tu propio bien y por la felicidad de tu matrimonio: ¡perdona!
¿Qué sucede cuando hubo infidelidad? Dios espera que los esposos vivan casados para siempre. Existe una excepción: “La única razón para que un hombre se divorcie y se case de nuevo es que su esposa tenga relaciones sexuales con otro hombre”, Mateo 19:9 (PDT). Pero incluso en el caso de adultero poner fin al matrimonio es una opción y no una obligación. Si tu cónyuge te ha sido infiel, no tienes que quedarte, pero tampoco tienes que divorciarte. Y cualquiera sea la decisión que tomes, sí tienes que perdonar. Ahora bien, existe una diferente muy grande entre perdón y reconciliación. Deberías perdonar a quien te roba, pero eso no significa que lo tengas que invitar a comer a tu casa. La reconciliación solo es posible si una pareja puede ser restaurada. Y para que exista reconciliación debe haber confesión y arrepentimiento por parte de la persona que cometió la infidelidad. ¡No puede darse la reconciliación sin arrepentimiento! Incluso Dios en su infinito amor nos exige el arrepentimiento para que podamos reconciliarnos con Él. Una cosa más. El perdón no absuelve a nadie de la culpa. La persona que fue infiel no queda a cuentas con Dios porque su cónyuge le haya perdonado. Cuando perdonas a alguien no lo liberas de su pecado con Dios; tú te liberas a ti mismo. Con tu perdón se lo entregas a Dios para que Él se encargue de esa persona a su manera.
¿Te cuesta perdonar? Entonces mira atrás. Si no eres cínico reconocerás los pensamientos, palabras y acciones que Dios te perdonó. Quizás un viaje al pasado te haga más sensible, al reconocer tu propio pecado y el dolor que sufrió Jesús para pagar por ellos. Si lo haces seguramente el Espíritu Santo ablandará tu corazón y te dará gracia para perdonar. ¡Perdona de la misma manera que Dios te ha perdonado! Perdonar no es fácil. A Jesús le costó la vida, por tanto crucifica tu orgullo y perdona.