Una feroz tiranía

SEMANA 4

El poder de la mentira

DÍA 1

DÍA 2

DÍA 3

DÍA 4

DÍA 5

DÍA 6

DÍA 7

“Porque no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero, eso hago…”, Romanos 7:19-21.

¿Ya lo has experimentado?

En un momento de remordimiento y claridad espiritual renuncias al pecado secreto y, por un tiempo, pareces haber superado el deseo por mirar. Luego, ese deseo voraz regresa con más fuerza. ¿Cuál es el resultado? La culpa te invade, a la vez que resulta imposible parar. Cuando te quieres dar cuenta, ya estás consumiendo pornografía de nuevo.

Y, lo más triste, es que ese ciclo se repite vez tras vez. Después de un período de desboque sexual, entras en abstinencia nuevamente. Crees que ahora sí las ganas por consumir nunca regresarán, pero la tentación retorna con mayor ímpetu y finalmente te lleva por senderos que prometiste no volver a transitar. El siguiente testimonio lo ilustra bien.

Hace 4 años que estoy casado y una semana atrás mi esposa me atrapó consumiendo pornografía.

Todo comenzó en la adolescencia. Pasé gran parte de ella llenando mi cabeza de imágenes sexuales producto de las revistas que veíamos con mis amigos. Luego, miraba películas eróticas que muy pronto se transformaron en pornográficas. La masturbación me acompañó desde entonces. Al principio lo hacía una vez a la semana, luego todos los días y mi comportamiento llegó a ser tan enfermizo que hubo tiempos en que me masturbaba hasta cinco veces al día. Mi vida entró en una picada vertiginosa. Tuve mi primera novia, intenté ir demasiado lejos y ella me abandonó. Avergonzado y con ánimo de revancha tuve sexo con una prostituta. El desenfreno fue total. Pornografía, fornicación, lujuria, todo formó parte de una vida miserable y triste. Ya no podía más. Compartí mi historia con un consejero espiritual que me ayudó y por unos meses estuve sobrio. Al tiempo me casé. Mi esposa es muy atractiva y al principio me satisfacía por completo. Pero fue sólo por un tiempo. Mi viejo problema recrudeció cuando por cuestiones laborales pasé varios meses solo, en otra ciudad. Me costaba estar en comunión con Dios y esto de la pornografía era fuerte, me volvió a atrapar y me gustó. Regresé a la masturbación. Recorría las calles de la ciudad simplemente para ‘mirar’ mujeres. Me repetía a mí mismo que no hacía nada malo. Pero una cosa fue llevando a la otra y cuando me di cuenta estaba en la cama con una mujer que no era mi esposa. Me sentí sucio. Prometí no volver a hacerlo. Pero el deseo por lo prohibido creció al punto que la infidelidad se transformó en un hábito de vida. Estaba cebado. Mentía descaradamente y llevaba una doble vida sin culpas. Terminé haciendo cosas que nunca imaginé que haría. Me di cuenta que había cruzado todos los límites cuando me acosté con la mejor amiga de mi esposa. Siempre pensé que eso era cosa de degenerados. Necesito recobrar mi cordura.

Así sucede. Ciclos de dolor, fracaso y pecado. Finalmente asumes que no está tan mal, que todos lo hacen y que esos pecados secretos no influirán en el resto de las áreas de tu vida.

Muchos se convencen a sí mismos diciendo que pueden controlar sus deseos, pero no es verdad. Los ciclos de renunciamiento y consumo lo demuestran claramente.

La reincidencia es el sello y el acostumbramiento el resultado. Levanta vallado alrededor de tu vida. Vuelve a consagrar esta área.

¿Hasta dónde has llegado en este camino? ¿Cuántas veces has retrocedido en el camino de la santidad para volver a pecar? ¿Puedes contar esas veces o, por ser tantas, has perdido la cuenta?

Toma unos minutos de oración. Serena tu alma. Deja lo que estás haciendo y busca un lugar tranquilo. No postergues tu pedido de ayuda. No lo hagas como un mero trámite. Dios no te negará una petición sincera: “En medio de la dificultad, clamé al Señor y pedí su ayuda…Dios escuchó mis lamentos y mis gritos de auxilio”, Salmo 18:6, PDT.

Así como tantas veces persististe en pecar, toma tiempo, vez tras vez, para acercarte al Señor.