Declaración
de Fe.

SEMANA 1

40 días para la victoria

DÍA 1

DÍA 2

DÍA 3

DÍA 4

DÍA 5

DÍA 6

DÍA 7

Toma un tiempo de este día en el que tengas tranquilidad.

Deberás leer esta declaración de fe, de manera lenta y concienzuda. No te apresures a terminar. No es la “finalización” de las actividades las que te darán la libertad, sino que la gloria del Señor se manifestará en medio de ellas, mientras las haces. El objetivo no es terminar, sino reflexionar.

Declaración de Fe

Me comprometo con mi recuperación, sin responsabilizar a otros por los resultados que obtenga. Mi situación actual se produjo por un cúmulo de malas decisiones personales, más allá de que haya o no existido incitación de terceros. Dejaré de echar la culpa a los demás para comenzar un tiempo de transformación integral.

Emplearé mi boca para declarar lo bueno, abandonando por completo cualquier forma de mentira, queja, autocompasión o incredulidad expresada en palabras. Hablaré con la verdad, cueste lo que cueste, y callaré antes de que el mal declarado se convierta en una profecía de maldición autocumplida, como tantas veces ha ocurrido en la Biblia. Entiendo que mis palabras pueden irritar a Dios haciéndome perder toda posibilidad de bendición, pues Deuteronomio 1:34 afirma que “Cuando el SEÑOR oyó que se quejaban, se enojó mucho…”; NTV. “¿Hasta cuándo debo tolerar a esta perversa comunidad y sus quejas en mi contra? Sí, he oído las quejas que los israelitas tienen contra mí. Ahora bien, díganles lo siguiente: tan cierto como que yo vivo, declara el SEÑOR, haré con ustedes precisamente lo que les oí decir”, Números 14:27-28, NTV.

Disciplinaré mis horarios diarios asumiendo con seriedad el tiempo de oración. No pretenderé que el cielo se abra con mi primera oración, pues he sido beligerante y desconsiderado con Dios, pero persistiré hasta que la gloria del Señor me visite, pues Jesús dijo: “… Pidan, y Dios les dará; busquen, y encontrarán; llamen a la puerta, y esta se abrirá”, Lucas 11:9, PDT. Llamaré a la puerta del cielo en el lugar secreto hasta que Dios me permita acceder a su sitio santo, al lugar de su morada. No me conformaré con menos sino que lucharé para conocer de primera mano a mi Señor.

Renunciaré a toda forma de orgullo, ya sea manifiesto o disimulado. No me ofenderé cuando me corrijan y no me justificaré tratando de convencer a los demás cuando sepa que he actuado mal. Respetaré a mis consejeros, permitiéndoles que me guíen hacia la liberación. No hablaré mal de ellos sino que oraré por sus vidas y aceptaré que, aunque son falibles, buscan mi bien y demuestran su amor al darme tiempo y atención, lo cual representa parte de su propia vida.

No me engañaré a mí mismo. Sé que muchas veces tuve la posibilidad de elegir entre perseverar en el mal o salir de él y siempre elegí el pecado. Recordaré todos esos momentos para no abandonar este proceso, para cortar con la maldición que pesa sobre mi vida y para bendecir a los que me rodean. No quiero dejar un legado de maldición sino de poder en Dios. 

Procuraré un compañero de oración. Alguien con quien perseverar cada en oración y entrega. Soy consciente de que no experimentaré cambios a menos que rinda absolutamente todo al Señor Jesús. Esto implica mucho más que hacer una oración de entrega y sentir un poco de culpa por el pecado. Es buscar a Dios hasta encontrarlo. Y no quiero abandonar a mitad de camino. 

Buscaré con absoluta seriedad la presencia viva de Dios. Nadie tiene conciencia de su propio pecado si Dios mismo no se acerca con su santidad. Nadie puede experimentar la paz, la alegría y la libertad si Dios mismo no las da. Por tanto, buscaré en oración la manifiesta presencia del Señor y me concentraré en Él hasta que los cielos se abran sobre mi vida y la comunión con el Espíritu Santo sea una realidad tangible. 

Hoy renuncio a todo ‘pensamiento mágico’. Entiendo que mi esperanza no está en nadie sino solo en Dios y, que si algo falla no será Él. Por tanto renuncio a las falsas creencias de que un terapeuta, pastor, consejero o quien fuere me «librará rápidamente» de lo malo que estoy viviendo. Entiendo que los resultados dependen de mi sumisión al Señor. Por ende, no me dejaré engañar por mis sentidos atontados por el pecado. En lugar de tenerme lástima a mí mismo a fin de persistir en el pecado, pelearé por la santidad como la batalla más crucial en mi vida, cada día. 

Me comprometo a participar de los encuentros grupales sin faltar, a trabajar con ahínco y sinceridad en todas las actividades diarias, sin mentir ni ocultar. Para ello organizaré mi agenda diaria sabiendo que mi futuro y el de los que amo depende de mis decisiones actuales, muchas de ellas secretas, solo conocidas por el Señor.

Adoptaré las disciplinas espirituales como estilo de vida. Entiendo que mis males proceden de una única causa: abandoné a Dios y sus caminos. Rechacé todo tipo de consejo o palabra correctiva, endureciendo así mi alma. Estaré consciente de mi corazón duro, buscando por medio de la oración, lectura de la Palabra, práctica del ayuno, vigilias, noches de búsqueda y tiempos de retiro sensibilizar mis sentidos espirituales al obrar del Señor.

Al confesar todos estos aspectos, ruego amado Señor, que me ayudes a caminar con confianza cada día, a no retroceder en el camino del pecado y a valorar cada pequeño gran milagro con corazón sencillo y agradecido.